PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 28 de abril de 2021
Catequesis 31. La meditación
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
Hoy hablamos de esa forma de oración
que es la meditación. Para un cristiano “meditar” es buscar una
síntesis: significa ponerse delante de la gran página de la Revelación para
intentar hacerla nuestra, asumiéndola completamente. Y el cristiano, después de
haber acogido la Palabra de Dios, no la tiene cerrada dentro de sí, porque esa
Palabra debe encontrarse con «otro libro», que el Catecismo llama
«el de la vida» (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2706). Es
lo que intentamos hacer cada vez que meditamos la Palabra.
La práctica de la meditación ha
recibido en estos años una gran atención. De esta no hablan solamente los
cristianos: existe una práctica meditativa en casi todas las religiones del
mundo. Pero se trata de una actividad difundida también entre personas que no
tienen una visión religiosa de la vida. Todos necesitamos meditar, reflexionar,
reencontrarnos a nosotros mismos, es una dinámica humana. Sobre todo, en el
voraz mundo occidental se busca la meditación porque esta representa un alto
terraplén contra el estrés cotidiano y el vacío que se esparce por todos lados.
Ahí está, por tanto, la imagen de jóvenes y adultos sentados en recogimiento,
en silencio, con los ojos medio cerrados… Pero podemos preguntarnos: ¿qué hacen
estas personas? Meditan. Es un fenómeno que hay que mirar con buenos ojos: de
hecho nosotros no estamos hechos para correr en continuación, poseemos una vida
interior que no puede ser siempre pisoteada. Meditar es por tanto una necesidad
de todos. Meditar, por así decir, se parecería a detenerse y respirar hondo en
la vida.
Pero nos damos cuenta que esta palabra,
una vez acogida en un contexto cristiano, asume una especificidad que no debe
ser cancelada. Meditar es una dimensión humana necesaria, pero meditar en el
contexto cristiano va más allá: es una dimensión que no debe ser cancelada. La
gran puerta a través de la cual pasa la oración de un bautizado —lo recordamos
una vez más— es Jesucristo. Para el cristiano la meditación entra por la puerta
de Jesucristo. También la práctica de la meditación sigue este sendero. Y el
cristiano, cuando reza, no aspira a la plena transparencia de sí, no se pone en
búsqueda del núcleo más profundo de su yo. Esto es lícito, pero el cristiano
busca otra cosa. La oración del cristiano es sobre todo encuentro con el Otro,
con el Otro pero con la O mayúscula: el encuentro trascendente con Dios. Si una
experiencia de oración nos dona la paz interior, o el dominio de nosotros
mismos, o la lucidez sobre el camino que emprender, estos resultados son, por
así decir, efectos colaterales de la gracia de la oración cristiana que es el
encuentro con Jesús, es decir meditar es ir al encuentro con Jesús, guiados por
una frase o una palabra de la Sagrada Escritura.
El término “meditación” a lo largo de
la historia ha tenido significados diferentes. También dentro del cristianismo
se refiere a experiencias espirituales diferentes. Sin embargo, se pueden
trazar algunas líneas comunes, y en esto nos ayuda también el Catecismo, que dice así: «Los métodos de
meditación son tan diversos como diversos son los maestros espirituales. […]
Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu
Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús» (n. 2707). Y aquí se
señala un compañero de camino, uno que nos guía: el Espíritu Santo. No es
posible la meditación cristiana sin el Espíritu Santo. Es Él quien nos guía al
encuentro con Jesús. Jesús nos había dicho: “Os enviaré el Espíritu Santo. Él
os enseñará y os explicará. Os enseñará y os explicará”. Y también en la
meditación, el Espíritu Santo es la guía para ir adelante en el encuentro con
Jesucristo.
Por tanto, son muchos los métodos de
meditación cristiana: algunos muy sobrios, otros más articulados; algunos
acentúan la dimensión intelectual de la persona, otros más bien la afectiva y
emotiva. Son métodos. Todos son importantes y todos son dignos de ser
practicados, en cuanto que pueden ayudar a la experiencia de la fe a
convertirse en un acto total de la persona: no reza solo la mente, reza todo el
hombre, la totalidad de la persona, como no reza solo el sentimiento. En la
antigüedad se solía decir que el órgano de la oración es el corazón, y así
explicaban que es todo el hombre, a partir de su centro, del corazón, que entra
en relación con Dios, y no solamente algunas facultades suyas. Por eso se debe
recordar siempre que el método es un camino, no una meta: cualquier método de
oración, si quiere ser cristiano, forma parte de esa sequela Christi que
es la esencia de nuestra fe. Los métodos de meditación son caminos a recorrer
para llegar al encuentro con Jesús, pero si tú te detienes en el camino y miras
solamente el camino, no encontrarás nunca a Jesús. Harás del camino un dios,
pero el camino es un medio para llevarte a Jesús. El Catecismo precisa: «La meditación hace
intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta
movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar
la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La
oración cristiana se aplica preferentemente a meditar “los misterios de
Cristo”» (n. 2708).
Esta es por tanto la gracia de la
oración cristiana: Cristo no está lejos, sino que está siempre en relación con
nosotros. No hay aspecto de su persona divino-humana que no pueda convertirse
para nosotros en lugar de salvación y de felicidad. Cada momento de la vida
terrena de Jesús, a través de la gracia de la oración, se puede convertir para
nosotros en contemporáneo, gracias al Espíritu Santo, la guía. Pero vosotros
sabéis que no se puede rezar sin la guía del Espíritu Santo. ¡Es Él quien nos
guía! Y gracias al Espíritu Santo, también nosotros estamos presentes en el río
Jordán, cuando Jesús se sumerge en él para recibir el bautismo. También
nosotros somos comensales de las bodas de Caná, cuando Jesús dona el vino más
bueno para la felicidad de los esposos, es decir, es el Espíritu Santo quien
nos une con estos misterios de la vida de Cristo porque en la contemplación de
Jesús hacemos experiencia de la oración para unirnos más a Él. También nosotros
asistimos asombrados a las muchas sanaciones realizadas por el Maestro. Tomamos
el Evangelio, hacemos la meditación de esos misterios del Evangelio y el
Espíritu nos guía para estar presentes ahí. Y en la oración —cuando rezamos—
todos nosotros somos como el leproso purificado, el ciego Bartimeo que recupera
la vista, Lázaro que sale del sepulcro… También nosotros somos sanados en la
oración como fue sanado el ciego Bartimeo, ese otro, el leproso... También
nosotros hemos resucitado, como resucitó Lázaro, porque la oración de meditación
guiada por el Espíritu Santo, nos lleva a revivir estos misterios de la vida de
Cristo y a encontrarnos con Cristo y a decir, con el ciego: “Señor, ¡ten piedad
de mí! Ten piedad de mí” — “¿Y qué quieres?” — “Ver, entrar en ese diálogo”. Y
la meditación cristiana, guiada por el Espíritu nos lleva este diálogo con
Jesús. No hay página del Evangelio en la que no haya lugar para nosotros.
Meditar, para nosotros cristianos, es una forma de encontrar a Jesús. Y así,
solo así, reencontrarnos con nosotros mismos. Y esto no es un encerrarnos en
nosotros mismos, no: ir a Jesús y en Jesús encontrarnos a nosotros mismos,
sanados, resucitados, fuertes por la gracia de Jesús. Y encontrar a Jesús
salvador de todos, también mío. Y esto gracias a la guía del Espíritu Santo.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de
lengua española. Pidamos al Señor que nos envíe el Espíritu Santo para poder
meditar su Palabra, para hacerla vida en nosotros y así poder anunciarla con
alegría a quienes nos rodean. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.